sábado, 14 de mayo de 2016


NO SEAMOS PAVOS


Cómo y por qué el pasado nos engaña cuando queremos tomar decisiones mirando hacia el futuro


Por Marilén Stengel y Cristian Batista





El pavo, cada mañana al despertar, espera con ansiedad la llegada de Ramón que día tras día, le trae su comida. Cada vez que lo alimenta, el pavo cree que lo normal es que el granjero le provea su ración como lo hace siempre. Días, semanas y meses fueron mostrando la eficacia de esta regla general. Su confianza fue creciendo a medida que se fue repitiendo el suministro alimentario. Cada día se sentía más seguro y mejor alimentado. Sin embargo, la mañana del  24 de diciembre se presentó distinta. Algo absolutamente inesperado ocurrió, algo que inevitablemente haría revisar esta creencia para el resto de la especie. Ese día al amanecer, Ramón sacrificó al pavo y lo llevó al mercado para venderlo tal como había planeado desde el día de su nacimiento. Esta historia, quizás puede sintetizarse como la misma mano que te da de comer puede ser la que te retuerza el cuello. La cuestión es ¿qué tenemos en común los pavos y los humanos?

¡Atención con generalizar!

El “problema del pavo”, como lo llama  el corredor de bolsa, estadístico y filósofo Nassim Nicholas Taleb en su desafiante libro El cisne negro,  es lo que técnicamente se llama el “problema de la inducción” y se puede extender a cualquier situación donde lo que ocurre en el pasado nos lleva a pronosticar el futuro. Algo que todos hacemos de manera cotidiana y sin reflexionar demasiado. De hecho, Taleb muestra, de manera exhaustiva a lo largo de su libro, cómo historias del pasado conforman nuestras opiniones sobre el mundo y por lo tanto,  lo que esperamos del futuro. Confundimos una observación ingenua o una experiencia del pasado con un dato certero que nos permite encarar  el futuro. Lo sorprendente no es la magnitud de los errores de predicción que cometemos sino la falta de conciencia que tenemos de ellos. Ahora bien, ¿cómo podemos pasar lógicamente del conocimiento de casos particulares a las conclusiones generales? ¿Cómo sostener que algo que sucedió durante años, seguirá sucediendo siempre?

El psicólogo Premio Nobel de Economía 2002, Daniel Kahneman en su libro Pensar rápido, pensar despacio revela que se trata de dos instancias distintas: una es la del yo que experimenta y la otra es la del yo que recuerda. Nuestros recuerdos son todo lo que conservamos de nuestra experiencia vivida. Confundir nuestra experiencia con el recuerdo de la misma es una poderosa ilusión cognitiva, ya que existe una diferencia entre lo que efectivamente sucedió y lo que recordamos que pasó. Ahora bien, el yo que recuerda es el único que registra y ordena todo lo que aprendemos de la vida y también es el único que toma decisiones aunque a veces se equivoque. De hecho, nuestra tendencia a generalizar a partir de lo que hemos visto y experimentado, como el pavo de nuestra historia, nos hace caer en los siguientes errores:

 

-          Error de confirmación: solo buscamos y encontramos “pruebas” que apoyen nuestra “teoría”. Por ejemplo, según muchas personas: “todos los charlatanes son vendedores”. Sin embargo, el que enuncia esta “verdad” no está considerando a todos aquellos charlatanes que no son vendedores.

-          Falacia narrativa: nuestra necesidad de otorgarle coherencia a una historia hace que nos engañemos al conectar una serie de hechos que de por sí no necesariamente se encuentran conectados entre sí. Por ejemplo: “El día que José perdió su empleo, su mujer lo dejó”. La secuencia de acciones no siempre implica causalidad, pero nuestra mente busca coherencia en los relatos y si la encuentra, entonces tiende a encontrar relaciones de causalidad.

-          Desconocimiento y rechazo de la existencia de la incertidumbre. A ninguno de nosotros le gusta vivir con la sensación de que “cualquier” cosa puede suceder en “cualquier” momento y cambiar el rumbo de nuestra existencia. Sin embargo, esa es precisamente la naturaleza de nuestra vida.

-          Distorsión y ocultamiento de las pruebas silenciosas: la historia es una construcción a posteriori de lo ocurrido que tiende a ocultar y distorsionar los imprevistos al otorgarle sentido retroactivo. De hecho esto es algo que sucedió, por ejemplo, con las explicaciones que se dieron respecto del atentado a las Torres Gemelas ocurrido el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Algunos analistas llegaron a la conclusión que dado que este hecho era inimaginable, los servicios secretos de los Estados Unidos de América nunca habían podido establecer la relación que existía entre algunos informes que habían recibido previos a la agresión, que decían que se estaban entrenando a pilotos fundamentalistas para que pudieran despegar pero no aterrizar, y el ataque del 11 S. Sólo con la perspectiva de la historia, la información recibida por los servicios secretos adquiere sentido y ofrece una explicación que antes no la tenía.

El propio Taleb señala que el atentado a las Torres Gemelas ciertamente es un claro ejemplo  de lo que él llama “Cisne Negro”, ya que se encuentra dentro de aquellos sucesos raros, inesperados que provocan un impacto tremendo y de explicación retroactiva que reconfiguran la realidad.  

Hacer predicciones es difícil

La lógica del “Cisne Negro” hace que lo que no sabemos sea más importante que lo que sabemos.  Como lo explica Taleb: “La incapacidad de predecir las rarezas implica la incapacidad de predecir el curso de la historia”. Por eso, ¿cómo podremos predecir el futuro basándonos en nuestro conocimiento ceñido del presente y del pasado?  Si esto fuera posible, el hecho de conocer la cantidad de espectadores que concurrieron al estreno anterior, por ejemplo, nos permitiría saber con precisión cuántos concurrirán al próximo estreno.  Algo que a todas luces es imposible de hacer. El núcleo del problema es que para entender el futuro hasta el punto de animarnos a predecirlo, necesitamos incorporar hoy elementos de ese mismo futuro. Dicho de otro modo, si aguardamos esperar algo en el futuro entonces necesitamos esperarlo desde ahora, en el presente no en el futuro. Pero, al proyectar el futuro tendemos a descartar las rarezas y los resultados adversos porque nuestras elecciones y decisiones están modeladas por nuestros recuerdos. Nuestra arrogancia en lo que se refiere a los límites de nuestro conocimiento nos lleva a sobreestimar lo que sabemos y a infravalorar la incertidumbre, lo aleatorio y lo inesperado.

El problema de decidir

El mayor problema humano es comprender cómo actuar en condiciones inciertas al no poder contar con la información completa, situación harto frecuente ya que muchas veces cuesta obtenerla o es difícil almacenarla o manipularla o bien se torna muy trabajosa recuperarla.

Además,  nunca llegaremos a predecir lo que va a suceder con certeza, y sin embargo podemos advertir cómo podrían afectarnos sus consecuencias. Por ejemplo, si vamos a emprender un viaje en auto, no sabemos de antemano si nuestro coche tendrá un desperfecto o sufriremos un accidente. No obstante, lo que sí podemos hacer es mitigar las consecuencias de lo raro e inesperado para minimizar nuestra exposición al riesgo. Entonces enviamos el vehículo al taller para hacer una revisión de su funcionamiento y una vez en la ruta, cumplimos las reglas de tránsito y manejamos con precaución.   

En las organizaciones, así como en la vida privada, la necesidad de proyectar hacia el futuro y atenuar la exposición al riesgo hace que las cuestiones que plantea Taleb sean cruciales. De hecho, por ejemplo, cuando planteamos estos temas a equipos ligados fuertemente a temas de seguridad, hacemos hincapié en la dificultad de prever los accidentes con base en la experiencia acumulada en el pasado, y también en la importancia de minimizar la brecha de errores conocidos para que un evento Cisne Negro los encuentre lo mejor parados posible.

En contextos tan dinámicos y cambiantes como los que estamos viviendo hoy, las recetas no sirven. Se trata de aprender a aprender de forma continua con humildad, paciencia, con la valoración de los aportes que hacen los demás y la conciencia de que el pasado ofrece poco sustento para pronosticar el futuro. Conocer  esto nos puede ayudar a no decidir y proyectar el futuro como si fuéramos pavos. 

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